EL GUIÓ MORAL D’UNA SOCIETAT L’ESCRIUEN ELS SEUS ARTISTES I PENSADORS
L'ART DIPOSITA EN LES CONCIÈNCIES IMATGES SOBRE QUÈ ÉS CORRECTE I INCORRECTE. IMATGES QUE SEDIMENTEN Y MODELEN EL COMPORTAMENT.
Bell article del professor Víctor Lapuente, un plaer de lectura. No només pel coneixement d’un episodi històric fonamental en el procés d’humanització
que diem cultura occidental, Europa, sinó per l’ exemplarització
que n’extreu per explicar el present i formular una solució,
“una estrategia épica”.
Encara que impossible, aquesta és la tasca del poetes, “representar
en carn i ossos els grans conflictes morals que després rumiarem tots”.
GUERRES MÈDIQUES, https://giverimsto.files.wordpress.com/2015/01/mapa.jpg |
Poetas de Salamina
Por
fortuna Temístocles y los dirigentes griegos no se dejaron llevar por los
analistas. Los retos de la globalización —menos sanguinaria que Jerjes pero tan
invasiva— exigen hoy una estrategia épica como la de entonces
VÍCTOR LAPUENTE GINÉ EL PAÍS 28 AGO 2016
Grecia, 480 antes de Cristo. Una
tormenta de polvo y sangre avanza por el desfiladero de las Termópilas, sobre los cadáveres de Leónidas y sus legendarios 300. Navíos
persas se acercan por el Egeo agitando sus tentáculos de madera. Nubes de
flechas cubren el sol. Por tierra, mar y aire, el rey Jerjes despliega el ejército más grande que ha visto el mundo antiguo.
Una procesión de muerte aplastará las ciudades-Estado griegas. Han osado
rebelarse contra un imperio que se extiende de Egipto a la India.
Ha sido un verano de Juegos Olímpicos.
Pero los dioses del Olimpo, que 10 años atrás habían ayudado a los griegos a
frustrar la invasión del rey Darío en la batalla de Maratón, parecen haber
abandonado ahora a los suyos. Jerjes ha retomado el sueño vengativo de su
padre. Y, esta vez, la suerte parece sonreír a los persas. En las Termópilas,
un traidor les ha guiado secretamente hasta la retaguardia griega. Y, tras tres
días de heroica resistencia, los espartanos son masacrados. Se cumple la
profecía del oráculo de Delfos: morirá el rey de Esparta, descendiente de
Hércules. Anticipando una muerte segura, Leónidas se había llevado solo a
soldados que dejaran hijos vivos.
Acorralada, Atenas es un coro trágico
de voces discordantes. El cálculo frío invita a la rendición. La emoción
caliente exige un combate terrestre, como en Maratón. Temístocles toma la palabra, señalando un camino intermedio, astuto
y a la vez pasional. Exige un sacrificio extremo: evacuar la amada Atenas, que
será destruida por los persas, y refugiarse en la isla de Salamina. Sabedor de
las ansias persas por una victoria rápida, Temístocles les invita a una batalla naval en el estrecho de
Salamina. Allí, los barcos persas pagarán su superioridad numérica,
bloqueándose unos a otros. Y las naves griegas compensarán su inferioridad con
solidaridad y patriotismo. Temístocles había creado una flota abierta a unas
clases populares que, hasta entonces, habían visto pasar la historia a su lado,
pues incluso en Maratón el protagonismo había sido para la aristócrata
infantería. Sintiéndose héroes, los empoderados marinos griegos se lanzaron con
furia contra los más numerosos barcos persas, demostrando que la fuerza colectiva puede ser
más que la suma de los individuos. Su victoria salvó la incipiente
democracia ateniense y cambió el curso de la historia.
Salamina fue el resultado de un
equilibrio de virtudes. Temístocles ajustó los valores que, gracias a
pensadores posteriores, conocemos como las cuatro
virtudes cardinales: el coraje, la templanza, la prudencia y la justicia.
Coraje para pelear contra el más fuerte; templanza para dejar que Atenas
ardiera; prudencia para buscar el combate en circunstancias favorables, y la
justicia de hacer frente al opresor. Si se hubiera dejado llevar por una sola
virtud, Temístocles habría fracasado. Porque seguir una sola virtud es un vicio.
Temístocles se basó en la experiencia —había sido general en Maratón— pero no
se dejó arrastrar por el pasado e ideó una respuesta nueva. Conocía los
números, pero también el poder de la motivación para ir más allá de lo que está
escrito. La victoria de Salamina no fue épica ni estratégica, sino una sinergia
de ambas. Una estrategia
épica.
Si
Atenas hubiera estado gobernada por nuestros líderes, nos habríamos rendido a
los persas
¿Qué hubiéramos hecho nosotros? Si
Atenas hubiera estado gobernada por nuestros dirigentes actuales —y asesorada
por economistas y politólogos con nuestros másteres en Prudencia y sofisticados
cálculos estadísticos— no habríamos combatido en Salamina. Los datos lo habrían
desaconsejado. Nos hubiéramos sometido al Imperio Persa no en 480, sino ya años
atrás, cuando el rey Darío había enviado a sus embajadores, a sus hombres de
negro, pidiendo tributo a las ciudades-Estado griegas. No podemos frenar las
fuerzas de la historia; No Hay Alternativa, declamaríamos frente al irritado
populacho ateniense. Dedicaríamos nuestros sesudos intelectos a conseguir unos
buenos términos de rendición para la economía del país. Y, de paso, para
nosotros.
Por fortuna, Temístocles y los
dirigentes griegos no se dejaron llevar solo por sus analistas. De hecho, eran
los persas quienes podían pagar a los mejores expertos e ingenieros, como los
que construyeron el canal y el puente móvil que permitieron a las tropas de
Jerjes cruzar de Asia a Europa. Y, curiosamente, el círculo de Jerjes destilaba
la misma arrogancia de los expertos que la Administración de Kennedy-Johnson en
Vietnam o la de Bush en Afganistán-Irak: ¿cómo es posible que los pobres
atenienses no se rindan dada su manifiesta inferioridad?
Los
griegos tenían analistas, pero también poetas. Papeles académicos, pero también poemas homéricos.
Narraciones que transmitían los códigos morales del pasado y los adaptaban a
los dilemas del momento. Obras de ficción que ayudaban a entender cómo aquello
que nos hace mejores, como el coraje de Aquiles, también nos puede viciar,
desencadenando desgracias colectivas. El naciente teatro griego permitió a los ciudadanos
empatizar con sus enemigos, poniéndose en la piel de los persas; cuestionarse a
los líderes heroicos; y confiar en sus propias fuerzas. Los análisis
militares, o económicos, son importantes, pero el guion moral de una sociedad
lo escriben sus artistas y pensadores. El arte deposita en nuestras conciencias
imágenes sobre qué es lo correcto y lo incorrecto. Imágenes que sedimentan y
moldean nuestro comportamiento.
Los
análisis importan, pero el guion moral de una sociedad lo escriben sus artistas
y pensadores
Los retos de la globalización —menos
sanguinaria que el ejército de Jerjes, pero percibida por muchos como una
invasión— exige también una estrategia épica. Que ofrezca, y que pida, a los
ciudadanos prudencia, coraje, templanza y justicia. Que combine la evidencia
del pasado con la visión de un futuro no escrito. Que empodere a quienes ahora
se sienten víctimas de unas fuerzas que no pueden controlar para que tomen las
riendas, o los remos, de su destino.
Nuestros políticos no leen poesía. Y nuestros
poetas y escritores parecen más inclinados a hacer análisis políticos —algo
para lo que no están preparados y donde suelen cometer errores de bulto— que a
representar en carne y hueso los grandes conflictos morales que luego
rumiaremos todos. Tenemos vívidas narraciones de la miseria humana, de la
crisis económica y de la corrupción política. Venden bien, porque los retratos
de los vicios humanos, por comparación, nos hacen sentir mejores. Pero andamos
escasos de imágenes de la grandeza humana. Venden mal, porque los relatos de
las virtudes humanas, por comparación, nos ponen frente al espejo de nuestras
carencias. Tenemos mucha ficción oscura e individualista. Pero poca ficción
esperanzadora y trascendente de la que necesitamos para recomponer una sociedad
fracturada. Faltan poetas de Salamina.
Víctor Lapuente Giné es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Gotemburgo.