Antes que los libros y que la escritura fueron las historias contadas en voz alta; mucho antes que las palabras fue el juego, la pantomima, el canto, facultades que los seres humanos compartimos con algunas especies animales; en el canto está el desafío y la llamada, el estremecimiento de un estado de ánimo colectivo; en el juego, el germen de la ficción: perros, monos, delfines, fingen, igual que nosotros, que se persiguen y se atacan, y al hacerlo establecen un ámbito que no es el de los actos verdaderos, el de los gestos útiles que tienen resultados tangibles: el hueso de plástico que el perro se afana con tanto entusiasmo en perseguir no va a alimentarlo; mucho antes de articular una palabra inteligible el niño sabe fingir que conduce un coche con gestos muy parecidos a los de su padre e imitando el ruido del motor, o que monta a caballo sobre un palo de escoba. Antes todavía, recién llegado al mundo, es capaz de adivinar, sin que nadie se lo haya enseñado, un cambio sutil en la atención de un adulto. Ve una mirada que se mueve y él mueve la suya; observa una expresión de alegría o de estupor o de pena y la imita tan certeramente como dentro de no mucho tiempo imitará una voz. Tan instintivamente como sabe adherirse al pecho suculento de su madre el bebé está practicando casi desde que abre los ojos el ejercicio mental sin el que no es posible ninguna forma de ficción: ponerse en el lugar de otro. En los primeros años de la vida abarcará el tránsito de muchos milenios de evolución, del grito y el mimetismo gestual y la melopea a la palabra inteligible, al relato organizado, a la lectura y la música, a la sofisticada expresión plástica, al juego de representar lo que no se es y lo que no existe. Irá haciéndose adulto y dará igual que lea o no novelas, que se aficione al cine o a los videojuegos o que decida consagrar el esfuerzo íntegro de su inteligencia en ganar mucho dinero o en difundir el mensaje de una religión o en atracar bancos o en triunfar en la alta costura: haga lo que haga, lo sepa o no, su vida estará poblada de ficciones, la mayor parte de las cuales, aunque él o ella imagine que están recién inventadas, han venido contándose desde hace al menos varios miles de años, y serán muy parecidas a las que escuche o cuente cualquier desconocido en otro extremo del mundo. Cada ser humano, cada ser vivo, es una combinación única e irrepetible de un riquísimo material genético; la misma canción varía cada vez que alguien la canta, aunque sea la misma persona en épocas diversas, en días sucesivos; cada historia es distinta a cualquier otra y cambia sutilmente cada vez que se cuenta, como muy bien sabe el padre o la madre que ha de repetir cada noche el mismo cuento a un hijo y sin embargo se las arregla para introducir sutiles variaciones. Pero entre todos los seres humanos y todas las historias hay un grado de familiaridad que se corresponde con la desconcertante unidad genética de la especie.
Antonio Muñoz Molina, 2009
A. Muñoz Molina, un dels narradors actuals més valorats, nascut el 1956 a Úbeda (Jaén). De la web de literatura EL PODER DE LA PALABRA, http://www.epdlp.com/ , copiem: Sus primeros escritos fueron artículos periodísticos que en 1984 recogió en su primer libro publicado, El Robinsón urbano. En su primera novela, Beatus ille (1986) ya aparece su ciudad imaginaria, Mágina, que se convertirá en un lugar común en sus obras sucesivas. El invierno en Lisboa (1987) mereció el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, que volvió a recibir en 1992 por El jinete polaco (Premio Planeta, 1991). La obra de Muñoz Molina se mueve en los territorios de la memoria tratando de reconstruir la reciente historia de España con la mirada del que se siente deudor del cine negro y la novela policiaca; Beltenebros (1989) es un claro ejemplo en el que se narra una acción de intriga y amor en el Madrid de la posguerra con trasfondo político. Madrid es otro de sus temas recurrentes como lo demuestran sus novelas Los misterios de Madrid (1992) y El dueño del secreto (1994). En 1995 fue elegido académico de número de la Real Academia Española. © eMe
Il.lustració: Sandro Botticelli, Pallas i el Centaure, ca.1482 (Vikipèdia)
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